Miró a un costado. Escupió el destino al conductor y se aferró a la valija que se movía rumbo al norte. Una guitarra, un manojo de expectativas y la esperanza no quebrarse, era lo único que de verdad le pesaba en el otro saco que era su cabeza. Parado en esa línea, una sensación de regreso y otra de llegar lejos se insinuaron en siluetas, midieron sus fuerzas , gruñeron y crispándose como dos bestias salvajes se trenzaron en un combate a muerte en el que arrastraron también a otras tantas inquietudes e inseguridades que se encuadraron, cual tropel de tifón, en gruesas columnas de razones dispuestas a masacrarse también ellas y acabar el trapo en su lucha por dominar la presa. En el medio de la polvareda, tirando hacia un lado y hacia el otro, se alinearon también los últimos momentos que había compartido con sus dos amigos de viaje, el recuerdo reciente de un nudo en la garganta y la certeza de que para decir ciertas cosas nunca se encuentra un buen momento, eran los dos sabores dominaban con más fuerza el fondo de su boca.
El viaje en el metro de Santiago se había hecho interminable, silencioso, introspectivo, hacía no poco había abandonado la guitarra y era hora de abandonar también a sus pares... Mientras el metro avanzaba recordó que también su mate con su yerba habían quedado atrás, junto con las otras cosas de las que se desprendía: medio mes de viaje, una pila de buenos momentos, la seguridad que le da a uno saberse entre amigos y cierta sensación de sosiego que se había enseñoreado de esos días. Y aunque tenía en mente que todo eso se iría alejando, nunca había sido su plan dejar también el mate y la yerba. Pero quedaban esos dos, como atraídos por el cúmulo de lo que quedaba atrás, amasijado todo en una bola siniestra que tiranizaba con gravedad de olvido su pobre kit de identidad pampeana. No pudo evitar pensar que en estos precipicios, los pequeños detalles tienden a magnificarse e insinuar a los que quieren prestarles oido, las siluetas de lo que esta por venir... Dedicó un par de instantes al vértigo de percibir al pasado como agujero negro que traga la posibilidad de lo que quisiéramos ser, después pensó que la misma noción de dirección y de objetivo necesita de un punto de referencia para poder existir y acto seguido descartó la parábola porque, en sí, necesitaba buscar sus cosas, conseguir algo para comer y regresar antes de las 5 para no perder el autobus a la costa. Así que regresó, buscó sus cosas, comió, se despidió otra vez y finalmente montado en el transporte, pensó...
Su partida se hacía hacia un lugar en que ya había estado antes, a buscar otra cosa más que se le había olvidado. Su nuevo rumbo además de ir hacia un lugar conocido y en busca de algo perdido, era también un regreso a su idea original de embarcarse sólo, posta a posta, mochila y camino. Tres regresos, dos extravíos y un nuevo destino era la frase lapidaria que bautizaba el inicio de su viaje.
Llegó de noche al pueblo de pescadores, un tanto oscuro, un tanto inhóspito y caminó por la calle principal rumbo al este. En el pueblo se podía ver la extinción de la tradición pesquera, la red y la caña, actividades que habían tallado la forma y razón de ser del poblado hasta hace poco, le abrían paso al negocio inmobiliario. Razón que hipócritamente y en busca de unos barquitos, también a él lo traía hasta ese lugar. Buscó a la Negra, una fiel representante de esta nueva casta de gerentes hoteleros en miniatura, pero solamente pudo dar con su hijo. Y el hijo, a falta de informaciones concretas sobre el paradero de su madre y de la cámara de fotos que el muchacho de la mochila generosa le reclamaba insistentemente, apuró una oferta de pernocte por unos pocos pesos en la cabaña y también ofreció acercarlo hasta la terminal al día siguiente. El muchacho de la mochila aceptó ambas ofertas con aire de resignación y una vez que estuvo solo en la cabaña, se derrumbó sobre el sillón y sin sacarse la ropa trato de dormir previa lectura de un par de páginas del mundo griego. Al día siguiente se levantó, se preparó unos mates, como para reafirmarse en la cosa que sí había encontrado de las dos que había vuelto a buscar y se dejó llevar en el auto. El clima del vehículo era un tanto tenso, después de intercambiar las señas de costumbre para viajeros (de donde, hasta donde, hace cuanto y hasta cuando) el recorrido lo protagonizó la radio. La negra había aparecido esa mañana, se había excusado por el tema de la cámara de fotos y luego de media hora de viaje se podía ver que pasaba trabajo para relajarse... Él eligió dejar pasar el rollo, andaba sin ánimos de increpar y aún con menos ánimos de preocuparse por instalar un clima ameno en el vehículo. Y si bien en algún momento recordó preguntar sobre los pescadores en extinción del pueblito, a lo que le contestaron que la mina de carbón que se encontraba cerca tenía su parte de culpa en que no se pescara tanto como antes, no aportó mucho más a relajar la tensa calma que imponía "la radio" que con mala recepción y malos parlantes arrojaba un sonido casi indiscernible, apenas mejor que la estática. Así fué, Viña del Mar, comer algo, bus, y viajar toda la noche hasta La Serena. Que intencionadamente estaba a 24 hs de distancia, como para ahorrar la noche y para meter kilómetros de distancia al comienzo trunco del viaje, ganándole con el peso de la lejanía a la inseguridad que lo asaltaba cada tanto en la forma de pequeñas escaramuzas mentales y buscando encontrar un lugar nuevo al que llegar... se quedó dormido, esta vez en un autobús y esta vez sin leer nada, cuando se despertó ya no sabía donde estaba.
hey! no sabía que estabas en blogspot! me alegro.. pondría "me gusta" con pulgarcito arriba... beso!
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